domingo, 14 de noviembre de 2010

Un santo sin peregrinos


De entre diversas cabezas una en especial llamó mi atención, una que no buscaba nada en especial, una que miraba sin ver lo que sucedía, una cabeza adherida sin más remedio a un cuerpo que se estremecía entre el paso y el polvo de la opulencia. Eran un ser que no se entendía, tirado completo entre montones de objetos inútiles y desparramados de aquellas arcas que nadie quiere pero todos solicitan.
Un cuerpo, una cabeza, entre hilos de un dorado pálido se refugiaba una diminuta figura con una efigie poco loable, pero alabable entre aquellos santuarios de la vida traficante, era la imagen del mismo Cristo pero sin ser profeta, era la imagen de un dios sin reino, era la imagen de lo que todos tienen en mente pero nadie quiere reconocer como suyo. Aquella figura no se convulsionaba, no se inmutaba, no sufría. Era una de aquellas tantas sombras que a la luz de un faro se quema pero no se consume en el caldo de la abundancia.
Menosprecio, morbo, indiferencia, repulsión, lástima… todo esto se siente cuando se le mira y observa, pero ninguna acción es digna de ejercerse para con esta criatura o espécimen o lo que fuere. Tirados, una cabeza y un cuerpo, mientras la figura hueca de un santo viste telas y piedras de finos detalles que se funden entre materiales ambicionados por los que desean una existencia efímera, la cabeza y el cuerpo sufren el desnudo lastimero de otra cabeza y cuerpo que le observan con ira, “¡Vete, lárgate de aquí porque este es lugar sagrado!” La otra cabeza y cuerpo son el mármol de Miguel Ángel, inmutable, blanco entre aquellos polvos carbonizados de las estrellas, sin aroma, sin un ápice de ese algo del que todo mundo habla y nadie está seguro de que exista.
Una cabeza, un cuerpo, un santo, la misma soledad pero con diferentes miras, uno viste lo que no necesita, el otro, desnudo y vestido por aquellos ojos que miran para despreciar aquella efigie sin gloria, un monumento a la moral de todos aquellos libros sagrados, una loa al progreso, un sello de la lógica protestante, la muestra muerta de lo que pasa si no te esfuerzas. Un simple bulto.

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