miércoles, 29 de septiembre de 2010

Neltiliztli


Este mundo sucumbe ante la implacable e inicua tecnología que se apodera a cada momento de nuestras vidas y conciencias, mientras muchos se refugian en fantasías otros piden a gritos la libertad humana y la igualdad, sin embargo, son gritos que se escuchan en el vacío cuando el eco de las emociones se agita entre sueños tecnológicos que agitan todo cuanto sea mundano y real. Es por ello que muchos se rinden y prefieren refugiarse entre sus escritos o ciertos círculos donde una diminuta cantidad de personas comparten las mismas ideas y creencias. En el mundo siempre ha prevalecido la guerra, la peste, la miseria, la infelicidad, la muerte, el odio, los rencores, las enfermedades, el olvido…
Nuestra naturaleza se encuentra moribunda y se tambalea ante nuestra insensibilidad, mientras un niño llora de hambre en África otro en Irak llora la pérdida de sus padres ante un atentado. En todo el mundo hay sufrimiento, en todo el mundo cunde una desesperanza y el fin de los tiempos, Dios ha muerto, las esperanzas también. Nuestra época es siglo de las imágenes, lo tangible, lo que da fe al ver aunque esto no exista más allá de la imagen. Superficialidades banales donde se intenta refugiar la desesperación que es aprovechada por aquellos artilugios que combinan la verdad con la mentira para engendrar la culpa de quien nada debe temer y sin embargo cree estar en constante falta.
Nuestro mundo se muere, nosotros también… pero, un día encontré un texto en el que se narra un cuento sobre un viejo ermitaño que un día decide bajar del monte ante su abrumadora soledad, era tan viejo como los árboles de aquel lugar húmedo y frío, tan duro de corazón como la cueva en la que habitaba, tan desesperanzado como aquel que lo ha perdido todo y no encuentra consuelo en un mundo tan material, tan cansado como el río que empuja la pesada rueda de un molino industrial. Aquel día nevaba, aquellos pequeños copos eran lágrimas entintadas de dolor, su caída era tan pesada que provocaban ardor al contacto con la piel, aquel viejo ermitaño se daba cuenta de ello y su corazón más endurecido quedaba con las personas por sus inventos y aparatos que manchaban a la naturaleza, se decía entre sus enmarañados pensamientos “¡malditos sean esos sujetos que sólo matan y se deleitan con sus deseos carnales, malditas criaturas que viven felices en su ignorancia, estúpidos, sólo eso son, estúpidos al dejarse gobernar por seres más despiadados y crueles que les usan sin misericordia, todos somos hijo de mujeres malditas, maldita sea toda nuestra creación!”. Ante esto acompañaba cada idea con un golpe en el pecho, un golpe entre viejos huesos y un corazón hueco como una vasija, cada paso suyo pesaba, su cabello comenzaba a caerse de manera dramática ante cada golpe, sus ojos de desorbitaban ante el odio que sentía por toda la cruel humanidad que nada comprendía y se dejaba guiar sólo por sus deseos, todo le causaba repugnancia, toda la humanidad le parecía una asquerosa existencia y que por ello el mundo estaría mejor si todos se murieran.
Ante sus cavilaciones tropezó sin aviso alguno con una niña, la cual intentaba jalar algo con una barita, aquel anciano enfureció tanto ante aquel bulto que sintió deseos de tirar a la pequeña por el río y que se ahogara hasta que llegara a la desembocadura de aquella lengua de montaña. Sin embargo, ella no se inmuto ante el torpe andar de aquel viejo, ella seguía en su porfiada empresa entre su barita y el río, lo que hizo enfurecer más al ermitaño, este agitó sus brazos entre aquella nieve lo que le provocó de momento un dolor por la quemadura, ante esto miró como si se tratase de un recuerdo fugaz que aquella niña no tenía por ropa más que una sucia y vieja especie de manta, dejando al descubierto sus piernas, brazos y cabeza, el viejo quedo suspendido por un momento ante aquella imagen, decidiendo examinarla bien hasta comprobar que era real lo que veía, su enfado disminuía al momento que su curiosidad aumentaba, entonces decide refugiarse cerca de un árbol que retenía la nieve entre sus hojas. ¡Hojas! El viejo se perturbo nuevamente, de un salto se apartó del árbol para ver que aquello era real, casi todos los árboles de la región se habían quedado sin hojas, aquella inicua nieve no daba tregua para que los árboles viviesen, por ello era aún más su admiración. Cuando hubo terminado de mirar el árbol escuchó que la niña reía, el volteó para ver que sucedía y la encontró parada con algo que premiaba su porfiada labor, el se acercó un poco para tener una mejor vista de lo que ocurría, cuando estuvo lo suficientemente próximo vio que de la pequeña vara colgaba un grillo, un insignificante grillo. A lo que él comenzó a enfadarse nuevamente, “¡un grillo, un pequeño y miserable grillo, como si no abundasen los grillos en el mundo, Dios me libre de tan estúpida pérdida de tiempo!”. La pequeña dirigió aquella vara cerca de árbol y colocó en una rama seca a la pequeña criatura que estaba entumida por el frío. A lo que el viejo, con ira entre sus palabras se dirige a la pequeña.
─ ¡Qué gran y estúpida hazaña acabo de presenciar! ¡Gracias Dios mío, un grillo se ha salvado, el último de los grillos! ¡Ho que gran felicidad! ¡Estúpida niña, te has empapado, la nieve te ha quemado y todo esto lo hiciste por una criatura que no vale nada, una latosa criatura que en las noches despierta con su maldito ruido!
Su ira estaba en aumento, sus ojos irradiaban desesperación, su corazón se agitaba entre bruscas palpitaciones, su mente no daba crédito a lo que emanaba de aquellos gruesos y rocosos labios, su voz era un eco perdido entre los copos de fuego que son cristales de acero helado. Pero nada escuchaba provenir de la chiquilla, ni un ruido semejante a lo que él esperaba oír, nada, ni siquiera se inmutó ante las fuertes palabras de aquella caverna que enrojecía de cólera a pesar del frío, el único sonido era la suave y caliente nieve que se estrellaba contra aquel piso de tierra y acero.
Nada, nada, soledad y a la vez compañía entre un espíritu y otro se manifestaban en aquel lugar que es refugio de lo poco que es real, del árbol nada se desprendía, entre sus brazos se despertaba una criatura de aspecto insignificante y sin embargo es natural, una criatura tan sencilla y hermosa, un grillo. El anciano quedo desconcertado ante lo que presenciaba, nada de lo que decía o pensaba afectaba en lo mínimo a aquella pequeña que sólo miraba como única cosa existente a aquel grillo. Sin perder oportunidad de lo que planeaba, tomó su bastón y de un golpe agitó con tremenda fuerza el tronco de aquel árbol el cual no se estremecía en lo más mínimo, permanecía firme ante la impaciencia de aquel que seguía absorto con aquella pequeña figura. Sin aviso alguno, extendió su brazo esquelético ante aquella efigie y le dio vuelta de tal manera que le viese el rostro. Lo que vio, fue lo que el mundo es, vio lo suficiente para no volver a su caverna, vio lo suficiente para pensar que quizá no todo esté en el precipicio, vio lo que a partir de ese momento quedó en su corazón como testimonio de que algún día el hacer abandonará el fruto de la vida.
─ Perdóname… en verdad pido que me perdones… ahora lo comprendo, ahora sé lo que no sabía y mi alma me duele. Sigo aferrado a que existe algo que aún no comprende el mundo, estoy aferrado a creer que el cambio violento es la única solución, sigo creyendo que el mundo es tan estúpido que tú me haces la criatura más estúpida de entre los demás seres. Cómo pude olvidarlo… como pude abandonarme… como pude traicionarme.
Ante esto, el viejo ermitaño comenzaba por sollozar pero todo intento de ello se detenía ante el contacto de aquello que era lo que daba respuestas a sus preguntas de viejo sabio, su cuerpo se regocijaba de una nueva sabiduría, de algo que ha estado desde el inicio de todos los tiempos, de aquello que se piensa escondido y sin embargo está tan presente en el todo que la razón no es suficiente para apreciarlo. No hay compasión, tampoco misericordia, ni mal, ni bien, sólo es lo que hay, lo que existe, lo que no tiene explicación.
El viejo decide abandonar su vida ermitaña para comenzar a enseñar al mundo lo que es la verdad, lo que está más allá del acero y una vida de objetos, aquel viejo iniciaba una jornada que para muchos es imposible y sin embargo, nada es imposible. Porque a pesar de no tener fe ni esperanza se recorre un sendero en el que la vida nos muestra cual es el fin de la verdad, para descubrir que la sinceridad va más allá de lo que está oculto para la vida mortal e inmortal. El viejo sabe que sus semejantes son de metal, pero sus entrañas aun guardan el recuerdo de pertenecer a una vida donde los sueños, son la realidad.
Atrás deja una pequeña que no tiene la menor idea del color del cielo, una niña que jamás ha escuchado el canto del grillo, una niña que pronto será mujer pero que sus labios son tan secos como el desierto, una niña que no tiene nada y sin embargo sabe que a pesar de estar privada del mundo, siente su palpitación y reconoce la verdad. Porque nada de cuanto existe es una mentira o sueño, porque el que está libre de privaciones sigue sin entender, pero aquel que es uno con el pulso del origen del todo, es un ser que jamás ha estado a parte de lo que es, porque la culpa y la falta que se impone son ideas vagas que privan de la verdad, porque las ilusiones que se venden son efímeras a lo que es la creación primera que proviene de aquello que no es materia y sin embargo existe, pero no existe porque nuestro cuerpo de metal olvida que somos chispas naturales que se consumen con la mentira que priva nuestro verdadero ser.
AMOR.

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